miércoles, 3 de octubre de 2012

RIO TINTO.APUNTES ANEDOCTICOS DE SU COLONIA INGLESA (IV) -D-

 Es bien cierto que todo aquel que se haya interesado por la historia de las Minas de Rio Tinto, ya fuere persistente historiador ó puntual  curioso, habrá hallado en los años comprendidos entre  principios del siglo XX y mediados del mismo, semblanzas de personajes que dejaron indelebles improntas en el devenir de ese período.
Por tanto,  no es singular haya captado especial atención, de gran parte de ellos, la figura del Director de la Rio Tinto Company Limited, Walter J. Browning, del que nos venimos ocupando últimamente.
En el recuerdo de mayores que hemos  llegado a conocer, oímos en años en que los relatos marcan, con imborrable fuerza la joven memoria, eventos que dibujaron exacto perfil de su personalidad  en la que concitaba sobre si,   el deseo de obtener por medios inconfesables y, a menudo escasamente lícitos,  torcer la voluntad de quienes a la suya propia se oponían.

 Algunos comentarios sobre él, aludían a la prestancia personal donde, en cualquier reunión social y distendida, no era posible confusión alguna al señalarle cual destacable figura entre la concurrencia.

Numerosos escritos, en archivos, que se perciben con enérgica grafía, dejan más que entrever, el carácter de todo un individuo alejado de cualquier signo de complacencia y con el que toda oposición estaba  abocada al fracaso.

Si pírrica victoria obtuvieron los trabajadores de la Mina, en la prolongada huelga de 1920, en la que mostró la parte más dura e insensible de su carácter, no lo sería menos, años después,  al ser abandonado por  quienes desde Londres habían aprobado su conducta, en precedentes fechas.

Es comprensible, no obstante, que a veces por infinidad de motivaciones,   el transcurso  del humano proceder gire, permitiendo un cambio circunstancial en  sentido positivo, si anteriormente no lo fue. Algo de esto debió ocurrir a Browning que tras enviudar y perder a su único hijo, casaría luego con la bella anglo-india, Eleanor Beatrice quien le dio una hija, en Rio Tinto, en la primavera de 1925 (30 de Abril) llamada Patricia, dando la sensación de benéfica laxitud, ante la evidente “tranquilidad” que con el  régimen dictatorial de Primo de Rivera, le  sobrevino a España y, por ende, disfrutara la cuenca minera.
Probablemente, también, instalado ya en el otoño de su vida,  los laureles antaño cosechados en arduas batallas, donde siempre le favoreció el poder económico y político enfrentado a adversarios, empobrecidos y hambrientos, comenzaban el cambio del pujante verdor al dorado menos llamativo de sus hojas.
Aunque la casa de Los Frailes que le había regalado a su amada esposa era lugar de reposo, algo alejado de la monotonía de Bella Vista, no lo era plenamente,  al reflejarse en algunas de sus meditaciones e incluso decisiones,  la larga sombra del nuevo Presidente de la Cía.,  Sir Auckland Geddes,  aquél embajador de Inglaterra, en los Estados Unidos, con el que tan poco simpatizaría.

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