sábado, 12 de enero de 2013

LA CAPILLA PRESBITERIANA (5)

(La familia Jameson en 1875: De pié su padre Mr. Jonh Wilson Jameson; Sentado a la drcha, el Rvd. J.Jameson; inmediatamente delante de él, su esposa, Marianne Alexa, sosteniendo a la hija Jeanie: a la izq. de pie Jane Stevenson Carr, hermana al lado de su esposo, sentado, Rvd. George B. Carr que sostiene a su hijo William.: sentada en el centro la prima, McGIlchrist y sobre sus rodillas Jeannie Carr, hija del matrimonio Carr)
 
Claro le quedó que en “su iglesia”, al igual que en otros lugares a los que acudiese, siempre tendría preferencia de asiento, en la primera bancada, el escasamente humilde y bastante soberbio, Mr. William Arthur Carlyle, aquel canadiense de Hamilton –Ontario- que con dura mano y prepotente actitud, administraba todo lo tocante al territorio minero siendo, por entonces, Director Gral del establecimiento.

Como habitual, en cualquier campamento minero, encontró entre la variopinta congregación extranjera, a ingenieros, médicos, químicos, capataces, mineros prácticos y, en general, empleados del staff de la Compañía, personas –no todas- de buenos principios y cumplidores de los deberes religiosos, en tanto que otros ni asistían a los servicios dominicales y, por consiguiente, difíciles de ser calificados por él.
Pero ninguno de ellos desanimaron  nunca su predisposición, alto ideal y buena hombría, (según testimonio de Antonio Rodríguez, expresado en el obituario de “España Evangélica” de 15, Septiembre 1921) para postergar la finalidad que interiormente abrigaba.

Una desgracia familiar hubo de encarar pocos meses después de su llegada a Rio Tinto. Concretamente, el 1 de Febrero de 1902 su esposa fallecía como consecuencia de enfermedad renal (albuminuria). El cadáver de la finada, al ser protestante, fue trasladado a Huelva –antiguo cementerio de San Sebastián- que, al desaparecer y ser sustituido por el de La Soledad, los restos, se supone, fueron trasladados años después a éste último, como en otros casos se procedió.
Es de mencionar que familiares interesados en su localización, posteriormente, no han logrado encontrar el lugar, hasta hoy, donde los restos estén ubicados. Por tanto, se nos ocurre debe ser asunto parecido, -uno más- a la reciente “memoria histórica” de este país….

Sobre la función específica para la que fue contratado (asistencia religiosa a los empleados británicos y sus familias) no parece posible verificar, por razones obvias, -desaparición generacional- si colmó las expectativas que estos esperaban de su ministerio. Sin embargo, parece razonable pensar que al haber perdurado su permanencia en el empleo durante 20 años, fue extenso período para obtener un tácito consenso.

Lo que antecede invita a reflexión sobre lo descrito por Antonio Rodríguez, en cuanto a la capacidad de trabajo del Rvd. Jameson, virtud que aprovecharía, oportunamente, para la propagación de su propia religión a otros ámbitos distintos a la feligresía de Bella Vista.
Era lógico que su vitalidad le impelía a no limitar exclusivamente el tiempo que, durante la semana podía disponer, tras el servicio dominical, visitando a las 50 ó 60 familias de la colonia y distraer una gran parte del horario disponible en menesteres personales y formativos. Evidente que una situación así no era asumida por él y, más adelante, veremos como llenó suficientemente, ese tiempo libre no sujeto a obligaciones religiosas en Bella Vista y/o sociales en el mismo barrio.

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