En esta nación nuestra no se oyen
ya tan lejanos el estruendo de bélicos
tambores, batidos con insistencia en Ucrania y Rusia, cuyas broncas notas
atraviesan países con frágiles fronteras donde no encuentra barreras de
contención el espejismo de un falso nivel de vida, aderezado con complejos
problemas, a lo largo y ancho de Europa.
Y es que la Historia (¡siempre la Historia ¡) recuerda al
viejo y olvidadizo continente, mire atrás, siéndole familiar quizás, –no tan
lejana en el tiempo- la guerra de Crimea 1853/56 y consecuentemente, la batalla
de Balaclava a veces aureolada, por algunos, con cínico glamour por la “Carga
de la Brigada Ligera ”
y, a su vez las de Ikerman y Sebastopol, sin dejar al margen la Primera 1914/18, con los
escenarios de Galliopolis, Dardanelos, etc, omitiendo para no alargar citas la
otra 2ª Guerra Mundial.
Cierto que España fue ajena a
esas cruentas conflagraciones que tan alto precio exigieron a las naciones
envueltas en ellas, pero habría de anotarse que el mundo, entonces, no estaba
tan “globalizado” y/o interrelacionado, como actualmente sí lo está.
Pero, sin duda, es motivo de preocupación su pertenencia como miembro de la
inefable “OTAN” y, por tanto, adherida a los compromisos de la misma.
Siempre enemigos de un peligroso cataclismo,
confiemos y esperemos no falten personas de buena voluntad que apuesten por un
diálogo concluyente de soluciones alejadas de abominables actos bélicos, donde
penetre la luz de la paz, similar a la que en los dias aciagos del Hospital de
Scutari (Crimea) se hacía acompañar, mitigando los sufrimientos de tantos
desgraciados, la “Dama de la lamparita” y ejemplo de humanidad como fue
FLORENCE NIGHTINGALE
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